El Folies Bergère y ¡Puta guerra! son dos cómics publicados este año con motivo de la conmemoración de los 100 años del comienzo de la Primera guerra mundial. Su lectura en paralelo puede resultar muy útil para contrastar y discutir dos manera de enfrentarse artísticamente a un hecho histórico.
¡Puta guerra!, de Tardi y
Verney, es un panfleto antibelicista de una pasmosa simpleza
discursiva, pero que cuenta con el atractivo de un dibujo admirable.
Que una guerra no sea nunca el idealizado acontecimiento de valentías
y heroicidades con el que muchas veces nos hemos encontrado en la
ficción y la historia, no significa tampoco que sea la ocurrencia de
una élite que involucra a una masa de ciudadanos inconscientes que
sin comerlo ni beberlo se ven abocados a un matadero. No hace al caso
el entrar aquí en mayores disquisiciones al respecto, pero el tono
del texto de este cómic es el que se corresponde con esta segunda
idea. Sin matices. Para el que guste de ese tipo de discurso, este es
su cómic.
La obra de Zidrou y Porcel, sin
embargo, es de otra estirpe, porque, aunque destila también un
antibelicismo del mismo signo que la de Tardi y Verney, en su caso
hay una ambición estética que neutraliza cualquier afán de
protagonismo de ese discurso ideológico. La clave está,
fundamentalmente, en que su perspectiva narrativa se centra en los
individuos, en los protagonistas de la guerra, y no en la guerra en
general. Esto les permite humanizar la historia mucho más de lo que
supuestamente pretenden Tardi y Verney, en cuyo cómic la voz del
narrador impone una visión bastante monolítica de lo que se cuenta.
La consecuencia más importante de lo
anterior es que la obra de Zidrou y Porcel contiene una fuerza
testimonial ante la que la obra de Tardi y Verney palidece.
Y esto
ocurre, además, porque las técnicas narrativas con las que se aproximan a aquella realidad les permiten sondearla con mayor profundidad y amplitud. Lejos de la mecánica de utilizar las ilustraciones como mera demostración figurativa del discurso lineal del narrador (como hacen Tardi y Verney), en El Folies Bergère el relato visual es quien lleva el peso de la historia: a través de analepsis y contrapuntos, del uso de elementos oníricos y sobrenaturales, y
de representaciones libres de patologías psiquiátricas, consigue ofrecer una visión caleidoscópica de aquel momento histórico, al huir gracias a la evidencia de sus ilustraciones de cualquier tipo de simplificación interpretativa.
Por todo esto, El Folies Bergère
es
una obra que uno
siente respetuosa con la inteligencia del lector: en
vez de querer imponerle una lectura de los hechos, deja en sus manos
la compleja tarea de recomponer el escenario físico, moral y sentimental de aquella guerra de hace cien años.
Chapeau!, que quere dicir: chapó!
ResponderEliminarMuchas gracias, señor de Torres. Ud. siempre tan atento.
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