Publicada en 1993 e galardoada co "Premio García Barros", Talego é unha estupenda novela centrada no mundo da drogadicción e das cárceres. Testemuña dunha época na que as drogas arrasaban entre a xuventude das clases medias, sen pretensións impertinentes, é unha historia directa e concisa, que fai da axilidade narrativa e do controlado e variado recurso ao argot correspondente os seus mellores recursos.
Dividida en dúas partes, céntrase a primeira na desesperada fuxida dun drogadicto tras cometer un roubo nun banco. O relato presta atención tanto ás necesidades físicas que provoca no protagonista o mono, como ás reaccións de rexeitamento que suscita naqueles a quen pide axuda.
A segunda parte sitúase no interior dun cárcere; alí, un colega do personaxe protagonista da primeira parte vén de ingresar por posible colaboración con el. A perspectiva subxectiva da narración dá conta agora das sensacións no interior dun inframundo que parece non ter maior función social que a de dexenerar aínda máis aos presos.
Pola súa atención á linguaxe, pola súa pericia narrativa e pola súa acertada exposición do mundo da drogadicción e dos cárceres, con precisos achegamentos as reacción humanas máis básicas nesas circunstancias e sutís lategazos de crítica social, esta novela de vai xa quince anos merece ser rescatada do fondo dos nosos andeis e ser situada en primeira liña de lectura.
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30 outubro, 2008
22 outubro, 2008
Un par de recomendaciones
De entre las últimas adquisiciones de la biblioteca (ocultas, pues, entre erizos superventas e insólitos vampiros), han resultado una sorpresa estas dos novelas cuyas portadas aparecen a izquierda y derecha: Violeta en el cielo con diamantes, de Fernando Royuela, y Urania, de Jean-Marie Le Clézio.
La novela de Royuela es una sorpresa porque, a pesar de haber recibido en su momento un respaldo unánime por parte de la crítica seria (por ejemplo), no ha tenido apenas lectores. Es probable que, al entrar en el circuito del boca a boca, el impulso inicial de esa crítica quedase bastante amortiguado. ¿Por qué? Dado que la novela no plantea problemas de acceso ni por cuestiones técnicas ni argumentales, solo puede deberse a una inexplicable mojigatería que reacciona ante determinados episodios escabrosos.
En cualquier caso, y para quien esté interesado, la novela, además de destacar por el estilo (es una auténtica fiesta de la metáfora), tiene interés porque sitúa la historia de la traumática maduración personal del protagonista adolescente (amor, sexo, hipocresía de los adultos...) en el contexto de finales de los setenta en España: por un lado, presta atención al momento histórico en que Franco designa como sucesor a don Juan Carlos, y, por otro, testimonia la llegada de las primeras drogas a la sociedad del tardofranquismo.
En cuanto a Urania, del último Premio Nobel de literatura, es una sorpresa porque no confirma la prevención que podía haber por encontrarnos con un escritor vinculado al noveau roman. Pero, no solo, claro.
Sin ser una novela deslumbrante, cuenta, con fluidez y humildad intelectual, una historia curiosa : un geógrafo francés llega al México de nuestros días y allí conoce tanto las enormes miserias sociales de una zona rural, como el espíritu puro e idealista de un grupo de desarraigados que crean una especie de comuna en la que las normas están al margen de todo lo convencional. Hay espacio en la novela para reflexiones de tipo histórico (el sentido de los grupos guerrilleros en unas sociedades tremendamente desiguales), filosóficas (la posible necesidad de volver a una vida más natural en lo esencial), existenciales (la necesidad de establecer relaciones limpias con los otros y con el resto de la realidad), etc. Y superpuesto a todo ello, un tono como de fábula, de cuento casi infantil, que deja a la novela vacunada contra toda grandilocuencia y pedantería. Merece la pena leerse (véase aquí una reseña más por extenso) .
La novela de Royuela es una sorpresa porque, a pesar de haber recibido en su momento un respaldo unánime por parte de la crítica seria (por ejemplo), no ha tenido apenas lectores. Es probable que, al entrar en el circuito del boca a boca, el impulso inicial de esa crítica quedase bastante amortiguado. ¿Por qué? Dado que la novela no plantea problemas de acceso ni por cuestiones técnicas ni argumentales, solo puede deberse a una inexplicable mojigatería que reacciona ante determinados episodios escabrosos.
En cualquier caso, y para quien esté interesado, la novela, además de destacar por el estilo (es una auténtica fiesta de la metáfora), tiene interés porque sitúa la historia de la traumática maduración personal del protagonista adolescente (amor, sexo, hipocresía de los adultos...) en el contexto de finales de los setenta en España: por un lado, presta atención al momento histórico en que Franco designa como sucesor a don Juan Carlos, y, por otro, testimonia la llegada de las primeras drogas a la sociedad del tardofranquismo.
En cuanto a Urania, del último Premio Nobel de literatura, es una sorpresa porque no confirma la prevención que podía haber por encontrarnos con un escritor vinculado al noveau roman. Pero, no solo, claro.
Sin ser una novela deslumbrante, cuenta, con fluidez y humildad intelectual, una historia curiosa : un geógrafo francés llega al México de nuestros días y allí conoce tanto las enormes miserias sociales de una zona rural, como el espíritu puro e idealista de un grupo de desarraigados que crean una especie de comuna en la que las normas están al margen de todo lo convencional. Hay espacio en la novela para reflexiones de tipo histórico (el sentido de los grupos guerrilleros en unas sociedades tremendamente desiguales), filosóficas (la posible necesidad de volver a una vida más natural en lo esencial), existenciales (la necesidad de establecer relaciones limpias con los otros y con el resto de la realidad), etc. Y superpuesto a todo ello, un tono como de fábula, de cuento casi infantil, que deja a la novela vacunada contra toda grandilocuencia y pedantería. Merece la pena leerse (véase aquí una reseña más por extenso) .
19 outubro, 2008
II Encontros de Bibliotecas Escolares de Galicia: una visión crítica
Las conclusiones que se pueden extraer de lo visto y oído en los II Encontros de Bibliotecas Escolares de Galicia son, como no podía ser de otra manera, tanto positivas como negativas. Hablo, evidentemente, de lo que tiene que ver con lo que allí nos reunió, las bibliotecas escolares, y de algunas cuestiones conexas.
La parte buena fue, sin duda, la abrumadora cantidad de trabajo y de interés que allí se mostró. Los centros gallegos se mueven, están vivos, muy a pesar, probablemente, de la obsesión legalista de los gobernantes, que prefieren pensar en la educación únicamente si eso se sustancia en alguna orden o decreto. Uno tiene la sensación de que todo funcionaría mucho mejor si de una vez por todas la administración apostase de una forma decidida por la tan deseada autonomía de los centros. Cuando seamos los profesores (los profesionales de la educación) lo que llevemos las riendas de lo que se debe y no se debe hacer en nuestros centros, con nuestros alumnos, y dentro y para el lugar donde enseñamos, entonces es probable que los informes Pisa dejen, sencillamente, de existir, pues a buen seguro que los cánones numéricos de la mala y buena educación queden obsoletos.
En cuanto a la parte mala, para mí fue, sin duda, la aparición más o menos explícita de determinadas perversiones del tema del encuentro a las que deberíamos enfrentarnos de forma muy decidida. Señalo tres que me parecieron especialmente evidentes.
En primer lugar, la posible postergación de la biblioteca, de los libros, ante la vorágine torbellinesca de ideas geniales para hacer actividades dentro de los centros. O mucho me equivoco o el asunto no es hacer cosas, sino hacer cosas con libros, alrededor de la biblioteca y con una finalidad educativa clara, por, al menos, evaluada. Lo otro, más bien parece el mismo circo de siempre que tanto daño nos ha hecho: montar historias espectaculares para goce y disfrute de los profesores y los centros, y con su correspondiente reflejo en los medios, pero con un nulo sentido educativo.
En segundo lugar, y a propósito del Proyecto lector, la posible generación de una verborrea teórica sustanciada, una vez más, en papeles y más papeles también con destino a engrosar méritos y estanterías. A estas alturas, deberíamos estar más que sobre aviso de estas historias y no aceptar, bajo ningún concepto, el sustituir el riesgo profesional y la verdadera actitud innovadora por una nueva terminología y documentación que solo venga a añadirse a la mucha de la que ya tenemos sin pies ni cabeza.
Por último, en relación con los clubes de lectura, la posible conversión de estos en grupos de autoayuda o de relación social sin vínculo alguno con la literatura. Habría que recordar que su objetivo es el fomento de la lectura, y no de la conversación sobre los temas que aparecen en las obras literarias. Para eso, no hacen falta los libros. Y habría que recordar, y esto vale también para el proyecto lector, que cuando hablamos de leer no hablamos de leer cualquier cosa. Para leer por leer, no hace falta ir a la escuela: sirve, por ejemplo, el teletexto (¿o no?) Un club de lectura para leer la primera frivolidad que se encuentra uno en una librería deja de tener sentido educativo y se convierte en una simple excusa para montar una tertulia con fines de otro tipo.
Carlos Miguez
La parte buena fue, sin duda, la abrumadora cantidad de trabajo y de interés que allí se mostró. Los centros gallegos se mueven, están vivos, muy a pesar, probablemente, de la obsesión legalista de los gobernantes, que prefieren pensar en la educación únicamente si eso se sustancia en alguna orden o decreto. Uno tiene la sensación de que todo funcionaría mucho mejor si de una vez por todas la administración apostase de una forma decidida por la tan deseada autonomía de los centros. Cuando seamos los profesores (los profesionales de la educación) lo que llevemos las riendas de lo que se debe y no se debe hacer en nuestros centros, con nuestros alumnos, y dentro y para el lugar donde enseñamos, entonces es probable que los informes Pisa dejen, sencillamente, de existir, pues a buen seguro que los cánones numéricos de la mala y buena educación queden obsoletos.
En cuanto a la parte mala, para mí fue, sin duda, la aparición más o menos explícita de determinadas perversiones del tema del encuentro a las que deberíamos enfrentarnos de forma muy decidida. Señalo tres que me parecieron especialmente evidentes.
En primer lugar, la posible postergación de la biblioteca, de los libros, ante la vorágine torbellinesca de ideas geniales para hacer actividades dentro de los centros. O mucho me equivoco o el asunto no es hacer cosas, sino hacer cosas con libros, alrededor de la biblioteca y con una finalidad educativa clara, por, al menos, evaluada. Lo otro, más bien parece el mismo circo de siempre que tanto daño nos ha hecho: montar historias espectaculares para goce y disfrute de los profesores y los centros, y con su correspondiente reflejo en los medios, pero con un nulo sentido educativo.
En segundo lugar, y a propósito del Proyecto lector, la posible generación de una verborrea teórica sustanciada, una vez más, en papeles y más papeles también con destino a engrosar méritos y estanterías. A estas alturas, deberíamos estar más que sobre aviso de estas historias y no aceptar, bajo ningún concepto, el sustituir el riesgo profesional y la verdadera actitud innovadora por una nueva terminología y documentación que solo venga a añadirse a la mucha de la que ya tenemos sin pies ni cabeza.
Por último, en relación con los clubes de lectura, la posible conversión de estos en grupos de autoayuda o de relación social sin vínculo alguno con la literatura. Habría que recordar que su objetivo es el fomento de la lectura, y no de la conversación sobre los temas que aparecen en las obras literarias. Para eso, no hacen falta los libros. Y habría que recordar, y esto vale también para el proyecto lector, que cuando hablamos de leer no hablamos de leer cualquier cosa. Para leer por leer, no hace falta ir a la escuela: sirve, por ejemplo, el teletexto (¿o no?) Un club de lectura para leer la primera frivolidad que se encuentra uno en una librería deja de tener sentido educativo y se convierte en una simple excusa para montar una tertulia con fines de otro tipo.
Carlos Miguez