Este ensayo de divulgación científica intenta explicar cómo el universo pudo haber surgido, realmente, de (la) nada. Este objetivo, aunque intrínsecamente de interés científico, se plantea en este libro, de forma explícita, como una aportación más, de las muchas que en Estados Unidos un grupo de científicos de primera fila están realizando estos últimos años, a la confrontación con los creacionistas. En este sentido, significativamente, la obra viene respaldada por un postfacio del biólogo Richard Dawkins, adalid en esa disputa.
Desde el punto de vista científico, lo más valioso de Un universo de la nada es que es de los pocos libros de divulgación que se dedica casi íntegramente a discutir la hora 0 del universo; y, si se compara, por ejemplo, con las obras también recientes de Richard Penrose (Los ciclos del tiempo) y de Martin Bojowald (Antes del Big Bang), es el más claro para el aficionado.
La idea clave para entender esto, desarrollada por Richard Feynman, sugiere que en periodos inimaginablemente breves, tanto que la medición precisa de su velocidad es inviable, las partículas pueden llegar a sobrepasar la velocidad de la luz; siguiendo a Einstein, esto supondría que su comportamiento reflejaría un ir hacia atrás en el tiempo. Para el caso de un electrón, la consecuencia sería la aparición espontánea, en algún lugar del espacio, de un par electrón-positrón, pareja que se desharía cuando el positrón se anulase al encontrarse con el electrón inicial. En resumidas cuentas, en condiciones muy específicas, es factible la aparición de la nada a partir de partículas virtuales.
Un efecto no deseado de la existencia de esas partículas virtuales es que, obviamente, generan energía, y no poca: tanta, que su cálculo resulta sencillamente incompatible con la existencia del universo tal y como lo conocemos, esto es, plano y con determinadas estructuras materiales en su interior.
En 1995, el propio Krauss y Michael Turner propusieron la hipótesis de que esas partículas virtuales llegan a anularse entre sí, dejando el espacio vacío con una energía oscura de casi cero, una casi nada que sería la responsable de la fuerza de repulsión necesaria para dominar la expansión acelerada de nuestro universo. Pocos años después, la hipótesis fue confirmada y se estableció que "el único universo plano consistente con la estructura a gran escala observada en el universo es el que cuenta aproximadamente con 70% de energía oscura y (...) esa energía oscura se comporta más o menos como la energía representada por una constante cosmológica."
Llegado a este punto, el autor se centra en las condiciones iniciales del universo que permitieron llegar a la planitud actual. Explica el concepto de transición de fase y aborda el llamado periodo inflacionario, cuyo origen está, precisamente, en las fluctuaciones cuánticas del espacio vacío. Congeladas durante esa inflación que expandió el universo en un factor de más de 1028 , ellas serían las responsables, posteriormente, de las densidades que originarían todo lo que hay, previo paso por el big bang. Un todo lo que hay que surge, así, literalmente, de la nada, "sin la necesidad de ninguna guía divina."
El libro, antes de los capítulos finales de confrontación directa con la religión, aborda otros temas de mucho interés, como el del carácter especial de la etapa del universo en que vivimos, la posibilidad de otros universos en la línea de lo que sugiere la teoría de cuerdas, los vínculos de ese origen de la nada con la aparición de la vida, las implicaciones que tendría una teoría cuántica de la gravedad al aplicar los mecanismos cuánticos a las propiedades del propio espacio, etc.
Es un libro breve, pero extraordinariamente intenso e instructivo desde el punto de vista científico.
En cuanto a su aportación al debate con la religión, como ya apunté al principio, el libro forma parte de un paisaje propio de Estados Unidos. Para entender a qué viene en medio de este despliegue de ciencia de primer nivel el intento de razonar por qué no es necesario Dios, uno debe primero enterarse de cuál es la rocambolesca presencia social de los creacionistas en ese país. Solo así es posible ser condescendiente con tamaño atrevimiento, que no es exclusivo en modo alguno de este autor; la lectura continuada de este tipo de libros hace perceptible una contraofensiva desnortada de algunos científicos contra todo lo que no sea ciencia. Por poner un ejemplo de un libro que habremos de comentar aquí, en la primera página del excelente El gran diseño, de Stephen Hawking y Leonard Mlodinow, se afirma gratuitamente: la filosofía ha muerto.
Esta trampa en la que cae la ciencia al entrometerse en asuntos que no son de su incumbencia, como tal ciencia, es perceptible en la respuesta que Krauss da a la pregunta de por qué hay algo en vez de nada: porque la nada es inestable, dice. La trampa es aceptar esa pregunta, pues esa pregunta se formula desde el lado de la religión (es pura metafísica) y, por tanto, su semántica solo es entendible desde ella. Esa pregunta habla de una nada que no es de este mundo, mientras que Kraus habla de una que sí lo es.
Quizás el autor debería en el futuro intentar responder a la pregunta que realmente surge como consecuencia de lo que su tarea como científico nos demuestra: ¿por qué (o cómo es que) siempre ha habido algo?
KRAUSS,
Lawrence
M.
(2013): Un
universo de la nada.
¿Por
qué hay algo en vez de nada?.
Pasado
y Presente.
Barcelona.
C. M.
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