La
realidad no es lo que parece es
un excelente ejemplo de lo que se puede encontrar hoy en día en
materia de divulgación científica: se trata de una breve, pero
precisa y clara introducción en la física que protagonizará el
siglo XXI, expuesta sobre los hombros de los gigantes del siglo XX, y
que no se olvida de la tradición de siglos anteriores. A lo largo de
su ensayo, Carlo Rovelli exhibe además un control intelectual de
eminentes obras filosóficas y literarias del pasado que no puede
sino explicar el porqué de su admirable capacidad explicativa: la
precisión y claridad de su estilo demuestra que su formación
humanística permea inevitablemente todos sus recursos expresivos.
Aunque
se necesitan mutuamente, a efectos informativos el libro se puede
dividir en dos grandes partes: por un lado, aquella en la que el
autor explica los fundamentos de la relatividad y la física
cuántica, y, por otro, aquella en la que expone la propuesta de la
gravedad cuántica de lazos, teoría en la que el autor es un
experto.
La
teoría de la gravedad cuántica de lazos, o de bucles, es la
principal competidora de la teoría de cuerdas como teoría
finalmente dominante para explicar la realidad física. Rovelli
apuesta por ella y, aunque deja claro que todavía está en pañales,
llama la atención sobre una de las ventajas que tiene sobre aquella:
es menos exigente con lo que debería haber de lo que es la teoría
de cuerdas, que, por ejemplo, necesita de la existencia de unas
todavía desconocidas partículas supersimétricas.
Rovelli
explica los logros de la relatividad y de la física cuántica, y
recuerda el escollo que hay para unificarlas: el estudio del campo
gravitatorio, que, por su extrema debilidad, solo parece ser
mensurable en las dimensiones de los grandes artefactos cósmicos, se
mantiene al margen de la física cuántica, la cual, a su vez, se
formula sin tener en cuenta esa curvatura espacio-temporal que
explica la gravedad, y que las ecuaciones de Einstein matematizan.
Aplicado
a realidades concretas, el problema se materializa en el muro de
hormigón contra el que se golpea impotente la relatividad cuando se
adentra en singularidades tales como los agujeros negros y la hora 0
del universo, en las que lo cuántico parece encontrarse más cómodo.
Para
cimentar la propuesta al respecto de la gravedad cuántica de lazos,
el autor subraya con insistencia tres ideas clave de la mecánica
cuántica: la granularidad, el indeterminismo y la relacionalidad. Es
una novedad que alguien destaque tanto la primera y la tercera, y es
mérito de Rovelli llamarnos la atención sobre su enorme
importancia, incluso por encima de lo espectacular del
indeterminismo. Y es así porque son ideas que le permiten al lector
salir del diminuto, extraño e incomprensible mundo cuántico y
hacerlo algo más cercano.
La granularidad de
la realidad implica que no hay nada infinito: ni hay infinitos
estados posibles ni hay una infinita subdivisión de la materia. Esto
afectaría directamente a lo que ocurrió en el big bang:
dado que no es posible una contracción infinita, el origen pudo
haber estado en una nube de probabilidades cuánticas, sin espacio ni
tiempo, que devendría de un universo anterior y que se habría
resuelto en lo que nos ha llevado hasta el presente.
La relacionalidad,
por su parte, afirma con claridad que la realidad no es,
sino que es relación (aspecto intuido por la idea
de relatividad): no hay realidad per se, sino que esta es
una consecuencia de la relación, interacción, entre estados
físicos. Las partículas lo son en el momento en que se relacionan
con algo; mientras eso no ocurre, las partículas son ondas, campos
que abarcan literalmente todo el universo.
Ya
en su momento, Einstein advirtió que el espacio-tiempo es un campo
más, el gravitatorio. En lo que Rovelli y otros trabajan es en
demostrar que ese campo gravitatorio también es cuántico y que, sin
negar la idea de que la materia curva el espacio-tiempo, puede
explicar lo que ocurre en las singularidades citadas.
La
idea, como se indicaba más arriba, es que el espacio no puede ser
infinitamente divisible. El límite es la longitud de Planck: la
millonésima parte de la milmillonésima parte de la milmillonésima
parte de la milmillonésima parte de un centímetro (10 elevado a -33
cm.). Es justo en esta longitud cuando se manifiesta la gravedad
cuántica y el espacio-tiempo de Einstein deja de tener sentido. Todo
está, así, cuantizado: no solo las partículas o las superficies,
sino también los volúmenes. Hay átomos elementales
de espacio, un billón de millones de veces más pequeños que el más
pequeño de los núcleos atómicos.
La
gravedad cuántica de lazos intenta describir lo que es ese volumen
cuantizado.
Los
lazos son las líneas de Faradady, las del campo electromagnético,
finitas y diferenciadas, que literalmente tejen el espacio. Lo tejen
formando una malla tridimensional de lazos entrecruzados. Los nodos
que se forman con ese entrecruzamiento son los cuantos de espacio.
Aquí lo relevante es destacar que esos cuantos no están en el
espacio, sino que son el espacio: un espacio que, en
tanto que es cuántico, se crea con el interacturar de esos cuantos
de gravedad individuales. No existe como dimensión física
diferenciada de esa relacionalidad elemental. Consecuentemente, con
el tiempo pasa lo mismo. La gravedad cuántica de bucles niega
también la existencia del tiempo como una dimensión física
diferenciada. No existe en el sentido de que los acontecimientos que
ocurren no siguen ningún ritmo externo a ellos; ocurren, y, es en su
relación con otros acontecimientos cuánticos, cuando
generan su tiempo. El cambio existe, pero no
respecto del tiempo, sino respecto de unas cosas con las otras.
En
definitiva, un apasionante libro de divulgación que enseña lo
básico de una de las teorías más prometedoras para entender la
realidad física.
ROVELLI, Carlo (2015): La realidad no es lo que parece. La estructura elemental de las cosas. Tusquets. Barcelona.
1 comentario:
UNA NUEVA TEORÍA CON MÁS RESPUESTAS Y MENOS INTERROGANTES.
El Universo es eterno, y está compuesto por un espacio infinito, inicialmente vacío que está siendo colonizado a la velocidad promedia de la Luz por el creciente mundo electromagnético, cuyo diámetro crece al doble de la velocidad promedia de la luz y dentro de ese universo electromagnético de manera concéntrica también crece y se expande aceleradamente el universo material. El conjunto energía-materia crece y se recicla eternamente. Cuando los componentes del mundo material se expanden aceleradamente y van llegando a la velocidad de la luz, se convierten en energía y esa energía se divide, una parte se sigue expandiendo hacia el infinito con el mundo electromagnético y la otra parte regresa al mundo material para contribuir con su expansión y crecimiento.
El Universo está conformado por el espacio infinito y por energía y materia creciendo dentro de él.
El límite entre la energía y la materia es muy inestable, allí reina la dualidad onda-partícula, allí permanentemente la energía ondulatoria se convierte en partículas y las partículas se convierten en ondas. Las ondas al viajar por el campo electromagnético se reproducen multiplicando sus fotones entrelazados y cuando las ondas son interferidas por polvo, por otras ondas, por gases o por campos, ya sean: eléctricos, magnéticos o gravitacionales, se convierten en partículas y cuando las partículas ganan energía y se liberan de las interferencias se transforman nuevamente en ondas.
Una teoría así, sin el principio de conservación de la energía, logra explicar satisfactoriamente los fenómenos observados en la realidad,
pero las teorías convencionales con el FALSO principio de conservación de la energía VIGENTE, no pueden explicar muchas cosas.
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