Las conclusiones que se pueden extraer de lo visto y oído en los II Encontros de Bibliotecas Escolares de Galicia son, como no podía ser de otra manera, tanto positivas como negativas. Hablo, evidentemente, de lo que tiene que ver con lo que allí nos reunió, las bibliotecas escolares, y de algunas cuestiones conexas.
La parte buena fue, sin duda, la abrumadora cantidad de trabajo y de interés que allí se mostró. Los centros gallegos se mueven, están vivos, muy a pesar, probablemente, de la obsesión legalista de los gobernantes, que prefieren pensar en la educación únicamente si eso se sustancia en alguna orden o decreto. Uno tiene la sensación de que todo funcionaría mucho mejor si de una vez por todas la administración apostase de una forma decidida por la tan deseada autonomía de los centros. Cuando seamos los profesores (los profesionales de la educación) lo que llevemos las riendas de lo que se debe y no se debe hacer en nuestros centros, con nuestros alumnos, y dentro y para el lugar donde enseñamos, entonces es probable que los informes Pisa dejen, sencillamente, de existir, pues a buen seguro que los cánones numéricos de la mala y buena educación queden obsoletos.
En cuanto a la parte mala, para mí fue, sin duda, la aparición más o menos explícita de determinadas perversiones del tema del encuentro a las que deberíamos enfrentarnos de forma muy decidida. Señalo tres que me parecieron especialmente evidentes.
En primer lugar, la posible postergación de la biblioteca, de los libros, ante la vorágine torbellinesca de ideas geniales para hacer actividades dentro de los centros. O mucho me equivoco o el asunto no es hacer cosas, sino hacer cosas con libros, alrededor de la biblioteca y con una finalidad educativa clara, por, al menos, evaluada. Lo otro, más bien parece el mismo circo de siempre que tanto daño nos ha hecho: montar historias espectaculares para goce y disfrute de los profesores y los centros, y con su correspondiente reflejo en los medios, pero con un nulo sentido educativo.
En segundo lugar, y a propósito del Proyecto lector, la posible generación de una verborrea teórica sustanciada, una vez más, en papeles y más papeles también con destino a engrosar méritos y estanterías. A estas alturas, deberíamos estar más que sobre aviso de estas historias y no aceptar, bajo ningún concepto, el sustituir el riesgo profesional y la verdadera actitud innovadora por una nueva terminología y documentación que solo venga a añadirse a la mucha de la que ya tenemos sin pies ni cabeza.
Por último, en relación con los clubes de lectura, la posible conversión de estos en grupos de autoayuda o de relación social sin vínculo alguno con la literatura. Habría que recordar que su objetivo es el fomento de la lectura, y no de la conversación sobre los temas que aparecen en las obras literarias. Para eso, no hacen falta los libros. Y habría que recordar, y esto vale también para el proyecto lector, que cuando hablamos de leer no hablamos de leer cualquier cosa. Para leer por leer, no hace falta ir a la escuela: sirve, por ejemplo, el teletexto (¿o no?) Un club de lectura para leer la primera frivolidad que se encuentra uno en una librería deja de tener sentido educativo y se convierte en una simple excusa para montar una tertulia con fines de otro tipo.
Carlos Miguez
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