La primera parte de esta novela es la
obra de un maestro de la narración literaria; aun cuando como conjunto la novela
pueda resultar no tan satisfactoria, la calidad de esas páginas
justifica con creces la recomendación de leerla.
Ford cuenta la historia de un niño que
asiste como espectador a la comisión de dos delitos por parte de
unos adultos que, por su relación con él, deberían ser un ejemplo
de conducta moral: primero, sus padres, y, después, una especie de
tutor. En el primer caso, cuya narración ocupa esa parte magistral
de la obra, el delito era, sencillamente, inimaginable; en el
segundo, era posible. Sobre este fondo argumental, Ford reflexiona sobre temas clásicos como la anormalidad
oculta bajo la normal vida cotidiana o lo
impredecibles que pueden llegar a ser los rumbos que tome nuestra
existencia.
Canadá es una novela de
aprendizaje estrictamente realista, de un realismo que sería
casi decimonónico si Ford no hubiese elegido el punto de vista
subjetivo para la narración de los hechos: es el protagonista quien,
cincuenta años después, refiere lo acontecido. Esta elección es la que le permite a Ford huir en la primera parte de un psicologismo desatado, y dejar que el propio estilo, la propia técnica narrativa, consiga empapar el detallismo de la narración de una
emoción y, en ocasiones, un lirismo que dotan de una intensidad
irresistible a esas páginas.
La segunda parte de la novela supone un giro bastante radical en el fondo y la forma de la narración, y puede plantearle al lector ciertas dudas acerca de determinadas elecciones del autor, incluida una tendencia algo irritante al sermón de ayuda psicológica.
En todo caso, esta recomendación se hace teniendo en cuenta que esas reticencias podrían ser valoradas de manera diferente por parte de otros lectores.
C. M.
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