18 xullo, 2023

Una recomendación: "Prometeo americano. El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer", de K. Bird y M. J. Sherwin


Esta biografía de Robert Oppenheimer se publicó originalmente en 2005.
La producción de una película basada en la misma, cuyo estreno es inminente, llevó a que fuese traducida al español casi veinte años después. Es un retraso un tanto incomprensible, porque la personalidad del protagonista y su papel central en, al menos, un par de hechos históricos de singular importancia en el siglo XX, deberían haber bastado para llamar la atención de nuestras editoriales desde hace tiempo.

Aunque no sea desmesuradamente extensa (esta edición en tapa dura de Debate son 700 páginas de texto y 150 más de notas, bibliografía e índice), se trata de una biografía muy detallada, que atiende con minuciosidad tanto a la vida privada como pública del protagonista. En ocasiones, sobre todo en el tratamiento de las personas relacionadas de un modo u otro con el protagonista, resulta prolija.

La propia historia de su redacción tiene ya tintes legendarios, pues tardó 25 años en escribirse, tras pasar de ser obra de un solo autor a serlo de dos: el encargado inicial de escribirla, Sherwin, que murió en 2021, había acumulado en diez años unas 50.000 páginas de entrevistas, transcripciones, cartas, diarios, documentos desclasificados y expedientes del FBI. Todo ese material, almacenado en cajas, solo pudo empezar a ordenarse cuando unió sus fuerzas a las de Kai Bird.

La historia de Oppenheimer tiene tres focos principales de interés: su personalidad, su protagonismo en el proyecto Manhattan y su condición de víctima más renombrada del macartismo. Ni que decir tiene que son aspectos interrelacionados.

Oppenheimer fue un hombre extraordinariamente carismático e inteligente, y nada inocente de atesorar en su personalidad altas dosis de vanidad y soberbia, y restos de imprecisos trastornos nunca superados que afloraron en su etapa universitaria.

Educado durante sus primeros años en la Escuela de cultura ética, una institución educativa que podríamos llamar de innovación educativa, esta formación inicial reforzó e incentivó su tendencia innata a tener una gran variedad de intereses. Esta diversidad de inquietudes intelectuales fue la que, a la larga, lo arro a una vida llena de preocupaciones sociales, políticas, científica y éticas, que lo alejaron de la dedicación exclusiva a la física. Durante la lectura de su vida es imposible evitar hacerse la pregunta de adónde podría haber llegado como científico, si no hubiese compartimentado su mente de la manera en que lo hizo. Quizás es esa misma trayectoria vital la que ofrece una respuesta: lo que él hubiese podido descubrir o aclarar como físico tarde o temprano otro lo habría de hacer; sin embargo, solo él, Robert J. Oppenheimer, hubiese podido liderar y protagonizar lo que él lideró y protagonizó.

Tal es el caso de su participación en el proyecto Manhattan, que para él fue una tarea primordialmente política, antes que científica. Oppenheimer había desarrollado a lo largo de los depresivos años 30 un compromiso social que fue de la mano de las corrientes comunistas estadounidenses de la época. Estas relaciones, que lo marcarían nefastamente ya desde el principio a ojos de muchos, lo llevaron también a dirigir su preocupación hacia la situación de Europa, en concreto hacia la amenaza ya real del nazismo, que perseguía sin contemplaciones a los científicos alemanes desafectos. Fue luego el potencial militar desplegado por Hitler durante la Segunda Guerra Mundial lo que lo condujo, junto con muchos otros científicos de renombre, a convencerse de que solo el desarrollo de un arma poderosísima podría detener a Alemania. Obviamente, las implicaciones militares y políticas del asunto, a corto, medio y largo plazo, no fueron obviadas por las autoridades. El respaldo fue absoluto y la historia de la construcción y planificación del laboratorio de Los Álamos y lo que allí se vivió constituye uno de los relatos más fascinantes dentro de esta biografía.

Pero cuando parecía que el éxito científico anunciaba el éxito militar del proyecto, los avatares de la guerra provocaron un giro trágico en la vida de Opphenheimer y, sin duda alguna, de la humanidad en general. De repente, Alemania dejó de ser el objetivo del arma nuclear: el impulso no científico de aquella tarea científica simplemente fue ninguneado y fue reemplazado por intereses bastardos que ansiaban dar un monumental puñetazo en la mesa internacional como aviso a navegantes.

Las devastadoras consecuencias de lanzar el arma nuclear sobre dos ciudades de un país a punto de firmar la rendición tuvo unas repercusiones que aún perduran. La biografía de Opphenheimer narra con precisión la conmoción que ello supuso entre los miembros del proyecto, que inevitablemente se sumergieron en un debate ético y político al respecto cuando, como científicos, vieron las consecuencias reales de su trabajo, tan diferentes de las que habían imaginado al motivarse pensando en la Alemania de Hitler.

Como señalan los autores, el más afectado sería Oppenheimer: sabía que, en un sentido fundamental, el Proyecto Manhattan había conseguido que un arma de destrucción masiva fuera la culminación de tres siglos de física; la sensación que tuvo de que, en consecuencia, el proyecto había empobrecido la física fue inevitable. En cuanto logro científico, Oppenheimer no tardó mucho en denigrarla.

La catástrofe humana de Hiroshima y Nagasaki reforzó su faceta intelectual y comprometida. Al mando del Instituto de Estudios Avanzados en Princeton (una institución multidisciplinar que le venía como anillo al dedo), Oppenheimer se convirtió en un reflexivo, y atinado, analista de cómo debía enfrentarse el mundo a la existencia de un nuevo tipo de armas que, como muy bien expresó en 1953 con una frase lapidaria, había convertido a Estados Unidos y a la URSS en "dos escorpiones encerrados en una botella, cada uno capaz de matar al otro, pero solo a riesgo de perder su propia vida." Su biografía refleja con generosidad lo que Oppenheimer pensaba sobre el asunto y que dejó expuesto en numerosos discursos, ensayos y entrevistas.

Aunque la persecución inquisitorial a la que se sometió a Oppeheimer se radicalizó a partir de 1950, es impresionante constatar cómo en ningún momento de su vida, desde que en los años 30 había empezado a relacionarse con determinadas corrientes izquierdistas, dejó de estar sometido a vigilancia por parte del FBI. De nada sirvió que no hubiese pertenecido nunca al Partido Comunista, ni que renegase del comunismo cuando este quedó alterado por el control ideológico desde la URSS. Oppenheimer nunca pudo librarse de la sospecha de no ser un buen estadounidense: a los ojos de determinados sectores políticos, sociales y económicos, nunca dejó de ser alguien no confiable.

Su postura crítica hacia las políticas nucleares del gobierno no hicieron más que acrecentar el rechazo hacia él, y eso a pesar de que Oppenheimer nunca renegó de su gobierno. El comentario de Einstein lo sintetiza bien: "El problema de Oppenheimer es que quiere a una mujer que no lo quiere a él: el Gobierno de Estados Unidos. (...) La cuestión es simple: todo lo que tiene que hacer es ir a Washington, decir a los mandatarios que son unos imbéciles y volverse a su casa."

Pero Oppenheimer era un auténtico patriota. Siempre quiso influir, siempre quiso mejorar aspectos esenciales de la democracia de su país, como, por ejemplo, la necesidad de derribar los muros de secretismo levantados por el gobierno en materias relevantes, como la nuclear, para dejar fuera de la toma de decisiones a la población. Lo que en las décadas siguientes pasaría con otros asuntos, como Vietnam, demuestra que su esfuerzo iba bien encaminado.  


De hecho, toda la implacable persecución a la que lo sometió el
macartismo, auspiciada por su némesis particular, el millonario Lewis Strauss, tenía como simple objetivo el retirarle sus credenciales en relación con la seguridad nuclear, porque permitían que un sospechoso tuviese acceso a los secretos del poder. El lector asiste durante cientos de páginas a algo que no termina de entender bien, a una farsa, no tragedia (como el mismo Oppenheimer se encargó de precisar) y que le recuerda, paradójicamente, a los procesos implacables del comunismo soviético contra los infieles.

Sin duda, la vida de Robert Oppenheimer es una vida de película; pero uno tiene la sensación de que solo una biografía, tan bien escrita y tan bien documentada como esta, puede aproximarse a ofrecer un reflejo de lo que fue.

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